Gracias muchachos

Hechos 27 de agosto de 2022 Por Jordi Arnau
Insultos y descalificaciones que se convierten en un boomerang para los sectores que se resisten a promover una profunda reforma en la Educación. El grupito de agitadores que el 25 de agosto insultó al Presidente de la República portando carteles con reclamos sobre el sector educativo, logró en media hora de fama que su causa perdiese cualquier estatura moral. Las cúpulas gremiales de la Enseñanza se desmarcaron rápidamente de los hechos y por lo publicado en las redes, tampoco quedó claro que haya unanimidad en el FA sobre la ética de los métodos intimidatorios.
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El decadente nivel político que se alienta desde el comando de la oposición, obliga a que el debate de lo ocurrido el jueves 25 de agosto en Florida con los insultos al presidente Luis Lacalle, se remita a transitar por el bizarro terreno de las palabrotas.
Con las necesarias disculpas a los custodios del idioma de Cervantes, para hablar de política en este caso será necesario zambullirse en el barro.
La oposición indica que no quiere otra cosa.
Al charco, pues.
A pesar de que muchos de los presentes en la explanada del Prado de Florida oyeron con claridad que al Presidente de la República le corearon que era “un hijo de puta”, horas después los profesores y maestros que canturrearon sus insultos en la Piedra Alta recalcularon lo que habían hecho y reexplicaron con rapidez la historia, aduciendo que no le habían estampado el popular insulto de ser un “hijo de puta”, sino el aporteñado calificativo de ser un “hijo de yuta”.
En Argentina, donde es común hablar un español que se mezcla con voces del lunfardo, la palabra “yuta” es utilizada por los porteños para referirse a la policía o a las fuerzas del orden, lo que hace difícil comprender que quisieron decir con que Lacalle era “un hijo de yuta”.
Por añadidura el diccionario de la Real Academia Española explica con meridiana claridad que esa palabra utilizada en el país vecino es una voz del género femenino, por lo que la frase debiera haber sido que el destinatario de los cánticos era “un hijo de la yuta”, pero se omitió el uso del artículo.
Parece claro que esos maestros y profesores no hablan bien, ni siquiera para insultar.
Que fue un infeliz despropósito agredir verbalmente de modo soez o con vocablos impropios al Primer Mandatario del país, lo demuestra el hecho de que al día siguiente las agremiaciones sindicales de la educación procuraran desmarcarse a toda costa del insuceso.
Luego de ocupar los horarios centrales de todos los noticieros del jueves 25 al cierre del día y de hacerse viral en las redes, a las pocas horas la propia agrupación de estudiantes docentes dijo que no conocía a ninguno de los perpetradores.
Suena un poco infantil como argumento, para ser una movida de revolucionarios con toda la barba que quieren plantar sus consignas al poder, pero podría ser cierto considerando que en primera fila del grupo de agitadores se pudo identificar con claridad a la dirigente frenteamplista Glenda Rondan, gritando ataviada con su gorro, quien de estudiante del IPA no debe tener mucho.
¿Eran agitadores del Frente Amplio, intentando comprometer la ”lucha de los estudiantes”?
Vaya uno a saber. 
La presencia que algunas dudas generó sobre su verdadero cometido, fue la del “Colorado de Omar”, como se le conoce, (vociferando junto a Glenda) que no tiene demasiada facha de ser estudiante del IPA y que al final del desfile se lo vio acercarse al palco oficial, junto a los que fueron a pedirle una selfie a Lacalle.
Pero lo que si quedó en evidencia -y nadie desmintió- fue que los cánticos terminaban con un “y te tenés que ir”.
A pesar de que el tema del insulto acaparase toda la atención del gran público, esa terminación del cantito desde el punto de vista político fue algo mucho peor que el exabrupto.
El presidente Lacalle ocupa su cargo por decisión en las urnas de la mayoría absoluta de la ciudadanía, por la Voluntad Popular, lo que en una República es el supremo Soberano.
De modo que gritarle al Primer Mandatario que se tiene que ir porque un grupito radical y ultra quiere imponerlo de manera patoteril, es un atentado contra de voluntad del pueblo.
En boca de cualquier ciudadano ese reclamo es grave, pero mucho peor es si sucede en el caso de maestros y profesores formados en un país de impronta vareliana, cuyo principal axioma es que la Educación es la simiente del republicanismo.
Parece que con gritos y cánticos, la gavilla que ahora nadie conoce, ignoró los principios básicos de la República, al intentar violentar lo que decidió la ciudadanía.
Porque en esa explanada, no insultaron a un político más, no descalificaron a Luis Lacalle, sino al Presidente de la República.
Pero aunque fue un momento penoso y vergonzante, hay algo que agradecerle a la patota, y es que con su inconducta dejó en evidencia los motivos que hacen perentoria una reforma de la Educación.
Dicho de otro modo: el griterio y los insultos le hicieron un enorme favor político a los que reclaman meter bisturí a fondo en la Educación.
Por ésa, gracias muchachos.

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