El discurso de odio

Hechos 03 de septiembre de 2022 Por Guillermo Silva Grucci
El discurso de odio existe. Pero también la utilización de la expresión es una herramienta para cancelar al adversario. Para invalidar sus argumentos, para deslegitimarlo.
MEGAFONO

Aquello de que la historia vuelve a repetirse es tan cierto, que cada vez que ocurre alguien sale a recordarlo. Aunque no siempre se trate de muñequitas dulces y rubias, las coincidencias son evidentes.

El frustrado intento de magnicidio contra la vicepresidenta argentina nos trae a la memoria sucesos similares no tan distantes en el tiempo como la muerte de Julio César.

El 25 de agosto de 1897 fue asesinado el presidente Idiarte Borda frente al Club Uruguay. Un hombre encubierto en la multitud que celebraba el acto patriótico de la fecha disparó sobre él. 

El magnicidio fue precedido por la tentativa de un estudiante que, al bajar el presidente de su carruaje para entrar en su casa lo apuntó con un revólver que no funcionó. 

En ambos casos falló la custodia.

Una recorrida por la prensa de la época nos dará tantas versiones y valoraciones como periódicos.

Mano extraña

El asesino, plenamente identificado y detenido, actuó solo. La hipótesis de la conjuración quedó inmediatamente descartada. El diario La Razón obtiene el retrato del magnicida y lo publica diciendo: “Tenemos el placer de ofrecer a nuestros lectores…”. Una edición posterior adjudicará el hecho a “una mano extraña”.

Tres días después Batlle y Ordóñez se expedirá sobre el asesinato político. Hay en dos clases: el producto de una mano rentada y “el acto por el que un hombre solo (…) decidido al más grande sacrificio, hiere o intenta herir de muerte a otro hombre…”. En el segundo caso no sería un asesino sino un mártir. Pero, agrega, “el delincuente es el sugestionador oculto (…) es la sociedad (…) somos todos”. Así, “el ejecutor no es ya un mártir, sino una víctima”. 

El criminal pagó la muerte del presidente con cinco años de prisión.

En 1904 el atentado fue contra Batlle. 

El discurso del Che

El 16 de abril de 1967 la revista Tricontinental publica un mensaje de Ernesto Guevara donde reivindica el valor instrumental del odio. “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

El odio no lo inventó Che Guevara, se entiende. El odio es lo contrario del amor. Tampoco inventó Guevara la utilización política del odio. Pero su relectura parece haber engendrado buenos discípulos.

El asesinato de Borda fue precedido por una campaña periodística verdaderamente virulenta. Se le acusaba de todos los males. Era “la única y exclusiva causa de las desgracias púbicas”. “Una voluntad envuelta en tinieblas”. Pocos salieron a defender al presidente y una vez más aplicó aquello de “a rey muerto, rey puesto”.

No obstante, sobre la sangre del malogrado presidente se selló la paz entre el gobierno y Aparicio Saravia. Una paz que se mantuvo durante el gobierno de facto de Cuestas y su posterior elección constitucional. La historia deja sus lecciones, pero hay que saberlas leer. 

El discurso de odio existe. Pero también se usa la expresión para cancelar al adversario. Para invalidar sus argumentos, para deslegitimarlo.

¿Acaso puede alguien tirar la primera piedra? En el mundo desacralizado que nos toca vivir, eso parece no tener importancia.

Te puede interesar