Rodolfo Fattoruso sin filtro

Rodolfo Fattoruso no necesita presentación. Filósofo, docente, escritor, editor, crítico, periodista. Es ampliamente conocido. Al regreso de su periplo español donde enseñó sobre Cervantes, Borges, los hermanos Machado, Lorca, Aristóteles, la historia y el arte de la Edad Media, accedió con su proverbial gentileza a ser entrevistado por Confidencial. Esto nos dijo:
En la era del vacío, del mundo líquido, ¿hay espacio para la filosofía?
Si alguna misión tiene la filosofía consiste ésta en llevarse por delante la banalidad y el non sense, es responder de modo vigoroso a la necesidad no solamente de comprender, sino de construir aperturas en medio de las insípidas tinieblas y de los vacíos interminables a los que, como los demonios de Milton, fuimos arrojados para caer cada uno en su parte del infierno. La filosofía vino al mundo para hacerlo posible. Se lo digo de otro modo: el arte, el amor, la religión, la filosofía en una acepción amplia que va más allá de nuestro trato con Platón y Kant, son las faenas que singularizan al hombre, que lo liberan de los fatalismos naturales y lo ponen en situación de empezar a ser. Aquello que se es cuando todavía no hay una búsqueda del ser es un ser que lo puede ser cualquiera. Todo ello es muy diferente a lo que somos cuando pensamos, cuando amamos, cuando experimentamos la luz o la emoción del arte, cuando creemos sentir a Dios en lo alto de una cruz o en el centro de nuestros corazones es lo que produce el querer ser, el sentido que le asignamos a la ocasión de estar vivos en esta época. Filosofar es una forma de individualizarnos por amor a lo más alto, a lo más profundo, como quería Nietzsche. Sigo con Milton: en uno de los pasajes más intensos del Paraíso Perdido nos cuenta Adán que lo primero que hizo cuando apareció a la vida, cuando se desperezó de lo que parecía un largo sueño fue levantarse trabajosamente y sin prestarle ninguna atención a las maravillas del Jardín que lo homenajeaba se puso a mirar hacia las estrellas más lejanas, como queriendo alcanzarlas. Y es en eso en lo que estamos cuando estamos en el amor, en el arte, en la religión, en la filosofía; lo más más lejano es lo que como compromiso siempre tenemos más cerca. Y mucho más en esta época donde, como decía Nietzsche, desventuradamente el desierto está creciendo… Así que sí, filosofía enteramente y sin mengua ni disculpas. Filosofía de manera insolente y deliciosamente resignada.
Treinta años después del fin de las URSS, ¿esperaba una guerra como la que está teniendo lugar en Ucrania, con todas las amenazas que envuelve para el mundo civilizado?
Permítame precisar algunos términos. Con todo respeto, pero veo que usted se sirve del arsenal retórico de los medios de comunicación manipulados por los oscuros poderes que han terminado por vaciar a Occidente de sus verdades esenciales. Primero, no hay tal guerra: se trata de una operación militar absolutamente legítima al interior de una zona fronteriza del espacio político, cultural y estratégico ruso. Desde siempre Ucrania fue uno de los límites naturales del imperio ruso, y como tal ha sido asumido multisecularmente por los pueblos, la cultura y las realidades sociales, económicas y culturales de esa región. De modo que es inexacto, calumniante hablar de invasión o de guerra. Esto me lleva a la segunda precisión: los políticos ucranianos, con su presidente a la cabeza que antes de estar en este juego era un insigne payaso de afamados circos, han caído en la red de la demagogia decadente de los políticos que están hundiendo a Occidente. Son lastimosamente serviles a la agenda disolvente de las socialdemocracias y los socialismos europeos y americanos con políticas en contra de la familia, a favor de la inmigración descalificada, a favor de la legalización de las drogas, de la entronización del poder de las parafilias sexuales en todos los ámbitos de gestión, de educación y de cultura, especialmente entre los niños. La OTAN ha dejado de ser la frontera de Occidente, ha dejado de ser Platea, Salamina, Augusto, Carlomagno, las Cruzadas, Juana de Arco, la empresa heroica y civilizadora de la Conquista, la batalla de Stalingrado, el desembarco de Normandía, la lucha por la Caída del Muro. Nada de eso identifica a ese conjunto de políticos corruptos, ideológicamente asaltados por la izquierda, patológicamente dominados por las fantasías del colectivo LGTB. Eso no es Occidente. En cambio, sí lo es Rusia, con su afirmación de valores cristianos, con su rechazo a la tolerancia a las drogas, a la homosexualización de las relaciones interpersonales, con su repudio a la homosexualización de los niños, con su defensa de la familia. Moscú va camino de ocupar el lugar que Roma está dejando vacante; representa el último refugio de los principios que desde antiguo nos identifica frente a otras civilizaciones. Moscú es una frontera y tiene el deber de defenderse y de marcar nítidamente esa condición. En Occidente hay que apoyar resueltamente a Rusia. Y por eso hay que denunciar a personajes como el cínico Presidente de Ucrania, que llamó a que los niños y personas inexpertas tomaran las armas para enfrentarse a las tropas rusas… buscando claramente una masacre. Eso fue celebrado por personajes como el Presidente de Estados Unidos que puso armas en manos de esos niños. Una verdadera bancarrota moral. Si la OTAN quiere defender la libertad y la seguridad, tiene el deber de atender, interviniendo con eficacia, la situación de África, revisar su equivocada política postcolonial. Y EE. UU tiene una magnífica ocasión de mostrar su amor a la libertad y a la democracia armando no a niños en Ucrania sino emplazando de modo contundente las dictaduras de Nicaragua, de Cuba, de Venezuela y marcando límites a las intentonas peruanas y marxista-indigenistas en todo el continente. Es en el África violenta que escupe emigrantes y en la América Latina corrupta y violenta donde Occidente viene perdiendo o ha perdido la batalla de la libertad y de la moral republicana. Es allí donde se esperarían respuestas consecuentes. Rusia no es el problema. Tenga presente esto: ni París, ni Londres, ni Washington…tal vez un poco Berlín, sino Moscú es la reserva de civilización occidental. Su cruzada debería ser la nuestra. Y sin embargo ahí tiene a políticos y periodistas disfrutando del extravío: todo al revés…
¿Cómo ve el crecimiento de la marea roja que cada día va ganando espacios en América?
Es una maldición bien fundamentada. Los problemas que preocupan a las personas son la falta de opciones laborales, la inseguridad insoportable, la falta de una visión de un escenario probable de desarrollo o al menos de crecimiento. La gente vive aplastada por la incertidumbre y el miedo. Pero eso no es lo peor: alguna vez los políticos la convencieron que la política le resolvería esos problemas. Ahí está la principal fuente de frustración y la causa del círculo vicioso de la alternancia entre las llamadas izquierdas y derechas. La izquierda sostiene que como las causas son estructurales –los modos de producción, la propiedad de los medios de producción—hay que trabajar lenta o velozmente, pacífica o violentamente para cambiar esas formas. Por eso hacen la guerrilla, practican el narcoterrorismo, se presentan a las elecciones, eligen senadores, presiden bailes benéficos, hacen acuerdo con las mafias, asesinan en las sombras, erosionan mediante las acciones sindicales. A diferencia de la izquierda, la llamada derecha no tiene idea de cuáles son las causas de los problemas ni tampoco conoce el modo de resolverlo, aunque sospecha la verdad: sabe que si se quiere evitar el delito hay que disuadirlo hasta extremos que no dejen dudas, sabe que si el Estado no se reduce y si no se pulveriza la plantilla estatal al mínimo más insignificante, y si no se privatiza el ruinoso sistema previsional y el Estado deja de intervenir en la economía, mal podrá haber estímulo real para que se creen genuinas fuentes de trabajo. Sospecha, también, que sin inversiones no hay crecimiento, pero que las inversiones recelan cuando se les concede poder a los grupos de presión, a los sindicatos o a los amigos del poder. Sospecha que una Justicia enclenque, ideológicamente quebrada y una casta política costosa e intocable no configuran motivos fuertes para convertir al país en una plaza fuerte de inversiones. Ahora bien: nada de esto se encuentra entre lo que se dispone a hacer, entre lo que quiere hacer. Resultado: la gente bascula entre la esperanza utópica del marxismo-LGBT- agenda 2030- indigenista y la esperanza encorbatada de petits-maîtres de ocasión que invocan los viejos valores occidentales a los que todos los días entregan un poco más por cobardía, por egoísmo, por inmoralidades varias, por flojedad, por miedo a perder posiciones que les permitan seguir flotando en un sistema que no es medio para ningún fin, sino puro fin de la clase que lo gobierna. La marea será roja o del color que quiera, pero la realidad es que, si el Estado no abate por la fuerza la delincuencia, si no se reduce a un 80 por ciento de su presupuesto actual, si no consigue enderezar la justicia y desalentar la política como forma de vida y de salvación de la humanidad, es lógico que se siga bajando peldaño a peldaño hacia la mayor abyección civilizatoria que conoce el continente. Estamos desoccidentalizándonos peligrosamente; el retroceso ya no es solo hacia el marxismo, sino a hacia una especie peor y más ruinosa, si ello era posible. Venezuela y Perú y el Uruguay con el que sueña la mitad de sus votantes, frente a la otra desganada mitad, es un ejemplo de lo horrible que nos espera.
Para matizar ese panorama desolador, ¿qué recomendaría como buena lectura de la amplia oferta actual?
Leo solo para releer. Decía Oscar Wilde que un libro que no se puede leer por segunda vez no merece haber sido leído la primera. Me afilio a la boutade. Quien trata con Homero, con Esquilo, con Virgilio con Dante, con Shakespeare, con Milton, con Racine o Corneille, con Joyce, con Borges, con Proust, con T. S. Eliot, con Borges no puede esperar mucho de las librerías. Tener esos mundos es tenerlo todo.
¿No teme que sus palabras se pierdan, que nadie recoja sus ideas?
Mire, todos seremos amortajados por el olvido; unos antes, otros después… De modo que no me inquieta ninguna reverberación…Toda palabra una vez que es pronunciada está sometida al juego infinito de los buenos y malos oficios, al tráfico leal o torcido, al eco de las interpretaciones, de la recodificación acertada o arbitraria… querer controlarla entre todas esas contingencias es, como comprenderá, pretencioso. Aconsejaba T.S. Eliot que uno debía profetizar al viento, porque solo el viento escuchará... Algo de esa desidia me toca de cerca…