Crónicas de la otra guerra de Ucrania

Farago es crítico general de ese periódico sobre arte y cultura, y realizó su crónica en base al documento gráfico de Emile Ducke, un fotógrafo documental alemán que vive en Europa del Este, que además de publicar en el NYT lo hace en Washington Post, National Geographic y Der Spiegel, entre otros medios. Miembro de la agencia de fotografía Ostkreuz.
La nota consignada por el fotógrafo y el periodista, habla de la otra guerra que vive un país en guerra contra el invasor: la lucha por su propia cultura.
No es la primera vez que en los antiguos dominios de la desaparecida Unión Soviética, los pueblos nativos dan batalla en ese frente silencioso y milenario de a cultura que procura sortear la destrucción.
El retablo “representa a un comandante militar cosaco del siglo XVII con una larga barba gris”, continuó el cronista.
“Sus cejas están arqueadas. Su halo es un círculo rojo liso. Se ve humilde debajo de los inmensos mosaicos que han brillado desde el siglo XI, a través del saqueo de Kyiv por parte de los mongoles, su absorción en Polonia, su dominio por parte de la Unión Soviética. Sin oro Sin piedras preciosas. Este ícono ha sido pintado en tres tablones de madera con nudos: los tablones, me enteré, de una caja de municiones recuperada del devastado suburbio de Bucha en Kiev”.
La sola mención del origen del material sobre el cual el artista plasmó su obra, vale toda la crónica.
“De las fosas comunes de Bucha, a raíz de las aterradoras atrocidades rusas contra los civiles, ha llegado algo nuevo a Santa Sofía: una imagen de duelo y resolución, de horror y coraje, de una cultura que no se rendirá”.
El texto dejó constancia del comentario del curador de la Catedral, Leonid Maruschak.
“Esta es una guerra por la identidad cultura”, afirmó.
“Con Rusia tratando activamente de borrar la identidad nacional de Ucrania, la música, la literatura, las películas y los monumentos de este país no son recreaciones. Son campos de batalla”, indicó Farago.
“Toda guerra pone en peligro el patrimonio cultural. Camine por Kyiv o Lviv hoy, y en cada esquina hay una estatua envuelta en mantas ignífugas. Las vidrieras de los Habsburgo se intercalan entre tableros de partículas y los mosaicos soviéticos se superponen con madera contrachapada. Los terribles daños a teatros, bibliotecas y lugares religiosos (sobre todo en Mariupol, la ciudad ocupada en el sureste de Ucrania) en los últimos cuatro meses amplían una horrenda ola de destrucción cultural este siglo, en Siria, Irak, Etiopía, Malí, Armenia y Afganistán. Pero los riesgos para la cultura ucraniana son más que meros daños colaterales. Para el presidente Vladimir V. Putin, de Rusia, no existe Ucrania como tal; sostiene que Ucrania es una ficción soviética, que el idioma ucraniano es un dialecto ruso, que rusos y ucranianos son “un solo pueblo”.
En otra parte de su crónica, Faragola contó una amarga reflexión de Anton Drobovych, un joven académico hoy enfundado en ropas de fagina militar.
“Ves cuántas justificaciones históricas falsas hay en la motivación rusa para esta guerra”, me dijo.
“En tiempos de paz, Drobovych dirigió el Instituto de la Memoria Nacional de Ucrania, una institución oficial encargada de reexaminar la era comunista después de años de encubrimiento. Ahora viste uniforme y botas de combate, y realiza reuniones de Zoom desde las trincheras con grupos de expertos occidentales, mientras trabaja con el instituto en una historia oral de la invasión. “La historia no es menos importante que el ejército”, dijo.
Voluntarios ucranianos usaron sacos de arena a principios de la guerra para proteger una estatua de la princesa Olga de Kyiv. Basado en fotografía de Daniel Berehulak tomada para “The New York Times”.