El desafío que tenemos por delante

Con ojos distantes de una época en que la mayor parte del país que en la actualidad conocemos no estaba ni siquiera por imaginarse, aquella liturgia cívica de formalizar un Juramento a un texto seguramente diluya su importancia formal y la comprensión del sentido político del episodio.
Era un tiempo en que la palabra de la gente tenía un valor de documento, seguramente más sólido que el que ahora se le da, por lo cual recordar un Juramento a un texto jurídico como una Constitución adquiría valor fundacional.
Eran años en que se estaban forjando los Estados nacionales que hoy conforman los países de América y en la que aún no estaba demasiado claro si el camino cívico de la autodeterminación que debíamos elegir sería en cualquiera de sus variantes, el de la Monarquía (una personalidad jurídica de la que veníamos) o la República (una personalidad jurídica a la que llegábamos), y luego de un camino arduo y azaroso fuimos republicanos.
La Constitución de 1830 fue la primera Carta Magna del país, la que más tiempo duró, y con muchos defectos para anotar desde una mirada actual, que seguramente explican gran parte de los episodios políticos y las luchas civiles que el país exploró durante casi un siglo de modo fluctuante.
Tuvo inconsistencias, certidumbres irreales y propuestas ilusorias que informarían discusiones acaloradas, pero fue la expresión de una voluntad política que hoy recordamos con honra.
Durante mucho tiempo este día fue propuesto por algunos como fecha fundacional del país, lo que ameritó un largo debate en el Parlamento y en parte de la burbuja social que pensaba el país, hasta que un proceso legal laudó su condición de fecha magna de la República en su calidad de Jura de la Constitución.
A tres años del Bicentenario de la República el país se merece repasar los hechos que le dan vigor, pero eso será motivo de otras líneas de Confidencial.uy.
Recordarla hoy es importante no solo por aquello de restaurar el respeto y evocación de las fechas patrias, algo reclamado a gritos por el pueblo luego de un período de tres lustros en que se devaluaron deliberadamente los símbolos cardinales del país.
Es importante porque estamos celebrando un Juramento en tiempos en que hay vientos refundacionales intentando modificar el ADN nacional, para transformar la arquitectura del país liberal que nos vio nacer en el de un régimen autocrático, retrogradando el desarrollo institucional nacional hacia los viejos despotismos que antaño gobernaron buena parte del mundo.
Hay un grupo iluminado por una pretensión refundacional que hoy conspira para arrasar la sabiduría del constituyente que instaló la separación de poderes que -con sus virtudes y defectos- nos ha convertido en la República que somos, el preciado bien que hoy todos debemos defender.
Los grupos históricos nunca pueden ser los mismos, hasta por razones biológicas, pero las líneas históricas sí, y esta celebración de la Jura de la Constitución de 1830 tenemos delante un nuevo desafío.
Antes una oligarquía iluminada por la utopía igualitaria, que tanto daño ha hecho al mundo y al país (en definitiva, nuestro mundo real) conspiró de forma violenta para transformarnos en un despotismo tártaro, y ha fracasado a pesar de sus resistencias a admitir su derrota.
Ahora las artes conspiratorias de esa oligarquía han mutado de forma camaleónica, y en vez de llegar por la vía “foquista” o por la vía insurreccional de la sociedad, se busca el camino del “entrismo” al proceso liberal para modificar las Cartas Magnas que nos han dado la característica de regímenes liberales democráticos, para reorientar el proceso al viejo surco de la revolución sin esperanza.
Ese es el cambio implícito que representa la irrupción política del Foro de San Pablo y ahora del Foro de Puebla, que pretenden implementar una nueva modalidad insurreccional para lograr el mismo objetivo.
Van por nuestro sistema y por nuestra forma de vida.
En defensa de eso celebramos hoy la Jura de la Constitución de 1830.