Ruidos en mandarín

Las principales páginas de la prensa cotidiana se gastaron en profundizar minucias amarillistas del tema, que no revistan importancia alguna, y a vuelta de correo le preguntaron opinión sobre el tema a Fernando Pereira, Carolina Cosse y Yamandú Orsi, quiénes se explayaron como si se tratara de teólogos intentando definir el Dogma de la Santísima Trinidad, convirtiendo en absolutas opiniones dadas a vuelo de pájaro y sin demasiada reflexión.
Ellos, requeridos de “marcar opinión” y con el micrófono a disposición, pusieron cara de serios, reflexivos y sesudos políticos, pero respondieron con liviandad para dejar contenta a la barra que pide sangre en la talud y está ululando consignas contra el alambrado.
¿Cómo pueden preguntar por ejemplo sobre la llegada de Luisito Suárez a Nacional y de paso, disparar con la preguntita de qué opinión les merece la firma de un TLC con China, si aún nadie sabe siquiera qué contiene el potencial acuerdo?
Ni el mismo Lacalle lo sabe.
Pero el periodismo urgente requiere un titular apurado y vacío, y el entrevistado brinda una respuesta también apurada y vacía, que por añadidura es contradictoria en general a lo que el entrevistado opinaba unos años antes, cuando el que gobernaba era el FA.
Entonces comienza una liturgia que, de repetida, ya se hace aburrida: vamos a los archivos, reproducimos lo que el actual opinador dijo cuando el protagonista presidencial era Tabaré Vázquez, y queda meridianamente demostrado que si la propuesta venía de la izquierda, era corrrecta, y si en cambio viniera de otro lado, aunque fuera la misma, es incorrecta.
Entonces las redes hierven con videos que pasan la cuenta de la contradicción a los que cambian de discurso y desde el polo culposo, se hace silencio hasta el próximo raid de opiniones que dan micrófono.
Hay veces que el titular se busca con mejor humor, y entonces se reproduce una y otra vez la factura que el presidente Luis Lacalle le cobró a Yamandú Orsi, durante una disertación frente a empresarios, sobre el respaldo que esperaba le diese al TLC con China, lo que fue contestado por el intendente canario que ya lo había comentado en M24.
El problema entonces pasó a un nivel de abstracción superior, y la reflexión se transformó en el dilema de si el presidente Lacalle escucha o no a Orsi en M24.
¡Sin duda, lo más importante que Lacalle tiene que hacer!
De ese modo, todos los días igual, en la misma gimnasia, en la misma nada.
De esa manera pasa el dinosaurio por una vereda, para no se vea el elefante que pasa por la otra.
Y así, un tema estratégico para el país muere en ese ping pong mediático perverso y escaso, de dichos adjetivados y reflexiones vanales que se dicen con ligereza y corrección política de la mala.
Mirada geopolítica
El tema del TLC con China no es algo nuevo, ya que le fue propuesto al presidente Tabaré Vázquez en 2016.
China está interesada en firmar un TLC con Uruguay, no porque le importen razones económicas sino motivos geopolíticos.
Aún pequeño, el país conserva una importancia geoestratégica clave en el diseño de lo que los chinos llaman “La nueva ruta de la seda”.
Uruguay no tiene mercado interno, pero es una “cabeza de playa” para un diseño estratégico mayor de penetración a la América el Sur.
Uruguay no tiene mercado, pero está como miembro fundador del Mercosur, un bloque que también integra como miembro fundador Paraguay, el único país sudamericano que aún mantiene relaciones diplomáticas con la antigua República de China, hoy llamada simplemente Taiwan, y todavía no reconoce la legitimidad diplomática de la República Popular China, tambien conocida como China Continental o simplemente China Comunista.
Y el tema de Taiwán tiene que ver con un largo reclamo territorial que China mantiene abierto desde 1949.
Durante la actual conducción de China, se cambiaron las reglas económicas acordadas con Hong Kong en 1999, cuando le fue restituida por Gran Bretaña luego de 99 años de uso, y se integró bajo el principio de “Un país, dos sistemas”, que quería decir que se aceptaba el mandato central de Beijing, pero por 50 años la antigua colonia británica tenía un status económico no intervencionista.
Ese mismo principio se prometió implementar para acordar el ensamble económico con Taiwan y la República Popular China, pero este abrupto cambio y el agresivo nacionalismo chino echó dudas en Taiwan sobre cualquier acuerdo.